Capítulo X de D. Quijote de la Mancha

CAPÍTULO X

De los graciosos  razonamientos que pasaron entre D. Quijote y Sancho Panza su escudero

Y en este tiempo se había levantado Sancho Panza algo maltratado de los mozos de los frailes, y había estado atento a la batalla de su señor Don Quijote, y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle victoria y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo volvía a subir sobre Rocinante, llegó a tenerle el estribo, y antes que subiese se hincó de rodillas delante de él, y asiéndole de la mano, se la besó y le dijo: sea vuestra merced servido, señor Don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado ínsulas en el mundo. A lo cual respondió Don Quijote: advertid, hermano Sancho, que esta aventura, y las a estas semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos; tened paciencia, que aventuras se ofrecerán, donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino más adelante. Agradecióselo mucho Sancho, y besándole otra vez la mano y la falda de la loriga, le ayudó a subir sobre Rocinante, y él subió sobre su asno, y comenzó a seguir a su señor, que a paso tirado, sin despedirse ni hablar más con las del coche, se entró por un bosque que allí junto estaba.

Peregrinatio de Matilde Asensi

Camino de Santiago

Tu voto:

Acabo de regresar de mi tercer tramo del Camino de Santiago y recordé que hace años me regalaron este libro que viene muy al pelo para hablar de él.

 El ex caballero hospitalario Galcerán de Born, el Perquisitore, preocupado ante las noticias que recibe acerca de la conducta de su hijo, Jonás, en la corte de Barcelona, decide enviarle una misiva para recriminarle su conducta y avisarle que iniciaría muy pronto el Camino de Santiago, como un peregrino más. Corría el año 1324.
Dice tu tío que no sólo malgastas el tiempo apostando a los dados y al tenis real, juegos en los que has perdido grandes cantidades de monedas de las que te envío periódicamente para sufragar los gastos de tu nueva condición, sino que, al parecer has llegado al indigno extremo de pedir prestado a tus abuelos, avergonzándome de forma lamentable, pues no has devuelto el dinero en plazo ya que no los visitas, perdiendo el tiempo en juntas y torneos y, lo que es peor, bailando y cantando en compañía de damas y damiselas de la corte.
El padre le sigue contando parte de su vida y como fue abandonado en un cenobio, y como su padre fue fraile  de la poderosa Orden Militar del Hospital de San Juan.
Tú eres Jonás de Born, que fue un huérfano abandonado en el cenobio de Ponc de la Riba, donde te criaste como «puer oblatus», y más tarde fuiste mi hijo, ya que antes de convertirme en Iacobus el físico, como ahora se me conoce, fui Galcerán  de Born, freyre de la poderosa Orden Militar del Hospital de San Juan de Jerusalén. No olvides nunca tus orígenes Jonás, pues aunque por tus venas corren sangres de los fundadores de los principales reinos de la península y en tus escudos se mezclan hermosos cuarteles y castillos, leones y cruces, abriste los ojos al mundo como un humilde expósito y eso debería obligarte a tener los pies firmemente hincados en la tierra.
Así el padre le va dando los consejos y directrices que debe ir tomando para recorrer ese Camino que le llevará a la sabiduría y sobre todo al pensamiento para ser un digno  caballero.
Pues bien, dado que te encuentras muy cerca del inicio del Camino en Aragón, es mi deseo que cabalgues hasta los Pirineos y comiences la ruta en el Summus Portus (Somport), donde muere una de las cuatro vías francesas, la tolosana, ya que por allí entramos tú y yo procedentes de Aviñón llevando una copia del Codex Calixtinus, como única guía del Camino.
Me encanta los consejos que le da el padre al hijo, cómo le va explicando en cada parada lo que debe hacer, ver o donde dormir. La verdad es que cuando has hecho parte del camino todos estos escritos son muy interesantes y sobre todo aprendes mucho de los motivos de ese Camino en la antigüedad.
Pues bien, además de mi deseo de que cultives los valores del peregrino, Sara y yo hemos pensado que sería muy bueno para ti que pudieras reflexionar larga y seriamente sobre tu vida y tu futuro durante las jornadas que emplearás en culminar el Camino. Descubrirás que jamás se pierde el tiempo cuando se pasa en compañía de uno mismo y qué decirte de las ventajas añadidas a ese mundo diálogo si lo estableces mientras caminas o cabalgas, en contacto con las energías de la Naturaleza.
Y cuando pases por Puente la Reina o por Logroño, en cada sitio su padre le da sus opiniones así hasta que llegue a Santiago y finalmente a  Finisterra, el fin del mundo.
Es costumbre de los peregrinos poner la mano sobre el tronco del Árbol de Jesé al entrar en la catedral, aunque yo no lo hice por parecerme una tradición desatinad, tanto como la de darse cabezazos contra la pétrea crisma de una figura rechoncha, que, de espaldas al pórtico, contempla el interior de  la basílica. Supuestamente representa al maestro Mateo, el artífice del Pórtico de la Gloria, y las gentes que golpean su frente contra la de él hacen, sin saberlo, el gesto iniciático de transmisión del conocimiento.
Un libro delicioso para recorrer ese camino mítico que aún en nuestro días sigue vigente.

La ruta del Quijote de Azorín

La ruta del Quijote

Tu voto:

 

 

 

El director del diario El Imparcial, D. José Ortega Munilla, le encargó a Azorín, allá por el año 1905, y coincidiendo con el tercer centenario de la publicación de la  primera parte del  Quijote, que hiciera un viaje a La Mancha y recorriera los pueblos más cervantinos, como Argamasilla de Alba, Ruidera, Alcázar de San Juan, El Toboso y Puerto Lápice.

Todas las cosas son fatales, lógicas, necesarias; todas las cosas tienen su razón poderosa y profunda. Don Quijote de la Mancha había de ser forzosamente de Argamasilla de Alba. Oídlo bien; no lo olvidéis jamás: el pueblo entero de Argamasilla es lo que se llama un pueblo andante. Y yo os lo voy a explicar.

Dicen que al escritor no le hizo mucha gracia, recorrer polvorientos caminos en carro o en mulo, y pasar días en pensiones no muy cómodas. Pero al fin lo convencieron y así empezó un viaje que lo transformó en 15 crónicas para el diario el Imparcial.

Cueva de Medrano

Fuera, la plaza está solitaria, desierta; se oye un grito lejano; un viento ligero lleva unas nubes blancas por el cielo. Y salimos de este casino; otra vez nos encaminamos por las anchas calles; en los aledaños del pueblo, sobre las techumbres bajas y pardas, destaca el ramaje negro, desnudo, de los olmos que bordean el río. Los minutos transcurren lentos; pasa ligero, indolente, el galgo gris, o el galgo negro, o el galgo rojo. ¿Qué vamos a hacer durante todas las horas eternas de la tarde? Las puertas están cerradas. Y de nuevo el llano se ofrece a nuestros ojos, inmenso, desmantelado, infinito, en la lejanía. 

Parece que llegó a la estación de Alcázar de S. Juan y de ahí se fue  Argamasilla de Alba, porque él pensaba que en la Cueva de Medrano fue donde realmente Cervantes fue apresado y allí empezó su gran libro.

Él vivía en una pensión en la plaza de Argamasilla y todos los días iba al casino y luego se juntaba con los Académicos en la Botica, que está en una esquina de la misma plaza.

Yo no he conocido jamás hombres más discretos, más amables, más sencillos que estos buenos hidalgos, don Cándido, don Luis, dos Francisco, don Juan Alonso y don Carlos . Cervantes al final de la primera parte de su libro, habla de los Académicos de Argamasilla. Estos se pueden considerar como los actuales académicos de Argamasilla. Son las diez de la mañana; yo me voy a casa de don Cándido. Don Cándido es clérigo; don Cándido tiene una casa amplia, clara nueva y limpia; en el centro hay un patio con un zócalo de relucientes azulejos; todo en torno corre una galería. Y cuando he subido por unas escaleras, fregadas y refregadas por la aljofifa, yo entro en el comedor.

En la Botica se juntaban a charlar sobre lo humano y lo divino y cómo no de Argamasilla y si Cervantes estuvo allí o no.

Dicen ahora los eruditos que no estuvo encerrado en ella Cervantes.

Yo no sé con entera certeza si dicen tal cosa los eruditos; mas el rostro de don Cándido se llena de sorpresa, de asombro, de estupefacción.

¡Jesús! ¡Jesús!, exclama don Cándido llevándose las manos a la cabeza escandalizado. ¡No diga usted tales cosas, señor Azorín! ¡Señor, señor que tenga uno que oír estas cosas tan enormes!  ¡Si se ha dicho que Cervantes era gallego!

¿No, no, por Dios! ¡No, no, Señor Azorín! ¡ Llévese usted a Cervantes; lléveselo usted en buena hora; pero déjeme usted a Don Quijote

La Venta de Puerto Lápice

 Azorín se fue a Puerto Lápice en un destartalado carro y con Miguel, su guía. Me encanta como describe este inmenso paisaje y después de todo el día con el traqueteo llegaron a Villarta de San Juan, allí hicieron noche. Y de Villarta a Puerto Lápice.

Y salimos La venta está situada a la salida del pueblo; casi las postreras casas tocan con ella. Más yo estoy hablando como si realmente la tal venta existiese, y la tal venta, amigo lector no existe.

Sigue la historia que Azorín fue escribiendo a lo largo y ancho de estas tierras cervantinas que mirando  en los años que vino, esta mi tierra, no sería muy agradable pasearla en carro.

 Pero Azorín tenía que pasearlas y escribirlas y así lo hizo. de Puerto Lápice salieron para Ruidera.

Las andanzas y desventuras, calamidades y adversidades de este cronista es posible que lleguen algún día a ser famosas en la historia. Después de las veinte horas de carro que la ida y la vuelta a Puerto Lápice supone, hétenos aquí ya en la aldea de Ruidera, célebre por las lagunas próximas, aposentados en el mesón de Juan, escribiendo estas cuartillas.

Las Lagunas de Ruidera

El Libro es un lujo poder leerlo y disfrutarlo. Si después de esto paseáis por estos pueblos y estos paisajes, creo que La Mancha cervantina os quedará en el corazón. Así pasó con gente muy querida para mí y que después de un paseo por estas tierras, siempre las recuerdas.

Así habla Cervantes de las Lagunas de Ruidera en el libro

La cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre; el cual, cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es posible dejar de cudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean.

 

 

 

 

El Quijote de Miguel de Cervantes

Don Quijote de la Mancha

Tu voto:

CAPÍTULO IX

Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron.

 

Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo26. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recibí cuando llegó a mis oídos el título del libro, y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente  y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere.

D. Quijote de La Mancha. Miguel de Cervantes

El suceso de los molinos

Tu voto:

CAPÍTULO VIII

Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en  la espantable y jamás imaginada aventura  de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de feliz recordación.

Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino. Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas: non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

D. Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes

 

Capítulo VII

De la segunda salida de nuestro buen caballero

D. Quijote de la Mancha

De allí a dos días se levantó Don Quijote, y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros; y como no hallaba el aposento donde le había dejado, andaba de una a otra parte buscándole. Llegaba adonde solía tener la puerta, y tentábala con las manos, y volvía y revolvía los ojos sin decir palabra; pero al cabo de una buena pieza, preguntó a su ama que hacía qué parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo: ¿qué aposento, o qué anda buscando vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa porque todo se lo llevó el mismo diablo. No era el diablo, replicó la sobrina, sino un encantador que vino sobre una nube una noche después del día que vuestra merced de aquí se partió, y apeándose de una sierpe en que venía caballero, entró en el aposento; y no sé lo que hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el tejado, y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libros ni aposento alguno; sólo se nos acuerda muy bien a mí y al ama, que al tiempo de partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces, que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería; dijo también qeu se llamaba el sabio Muñatón. Fristón diría, dijo Don Quijote.

Capítulo V de D. Quijote de La Mancha

D. Quijote de la Mancha

Tu voto:

Capítlo V

Donde se prosigue la narración de la desgracia de nuestro caballero

Y quiso la suerte que cuando llegó a este verso acertó a pasar por allí un labrador de su mismo lugar, y vecino suyo, que venía de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allí tendido, se llegó a él y le preguntó que quién era y qué mal sentía que tan tristemente se quejaba. Don Quijote creyó sin duda que aquel era el marqués de Mantua su tío, y así no le respondió otra cosa sino fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la misma manera que el romance lo canta. El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates, y quitándole la visera, que ya estaba hecha pedazos de los palos, le limpió el rostro que lo tenía lleno de polvo; y apenas le hubo limpiado, cuando le conoció y le dijo: señor Quijada (que así se debía de llamar cuando él tenía juicio, y no había pasado de hidalgo sosegado a caballero andante) ¿quién ha puesto a vuestra merced de esta suerte? Pero él, seguía con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenía alguna herida; pero no vió sangre ni señal alguna.

Capítulo IV de D. Quijote de la Mancha

D. Quijote sale de la venta

Tu voto:

 

Capítulo IV 

De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

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La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos de su huésped acerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, en especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo. No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda: y volviendo las riendas encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían; y a pocos pasos que entró por el bosque, vió atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: no lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato. Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza, (que también tenía una lanza arrimada a la encina, adonde estaba arrendada la yegua) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

Capítulo III de D. Quijote de la Mancha

 

Capítulo III

Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero

Peguntóle si traía dineros: respondió Don Quijote que no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído. A esto dijo el ventero que se engañaba: que puesto caso que en las historias no se escribía, por haberles parecido a los autores de ellas que no era menester escribir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse, como eran dineros y camisas limpias, no por eso se había de creer que no los trajeron; y así tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes (de que tantos libros están llenos y atestados) llevaban bien erradas las bolsas por lo que pudiese sucederles, y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeña llena de ungüentos para curar las heridas que recibían, porque no todas veces en los campos y desiertos, donde se combatían y salían heridos, había quien los curase, si ya no era que tenían algún sabio encantador por amigo que luego los socorría, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud, que en gustando alguna gota de ella, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno no hubiesen tenido.

Capítulo 2º de la primera parte de D. Quijote de la Mancha

Capítulo segundo de la primera parte de D. Quijote de la Mancha

Tu voto:

Que trata de la primera salida que de su tierra

hizo el ingenioso  Don Quijote

Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como Don Quijote decía, ni aun la mitad; y acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba; al cual estaban desarmando las doncellas (que ya se habían reconciliado con él), las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitarle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse queitar los nudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera; y así se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y extraña figura que se pudiera pensar; y al desarmarle (como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban, eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo), les dijo con mucho donaire:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido,
como fuera D. Quijote
cuando de su aldea vino;
doncellas curaban dél,
princesas de su Rocino.