Seguimos el viaje, dejamos la preciosa casa-cabaña y ese lugar mágico que es el parque Jasper, hacia Vancouver, pero como siempre, los paisajes nos acompañan para hacernos el camino más agradable. Salir de Las Rocosas es salir de un lugar único, nos dimos cuenta rápido de que el paisaje cambiaba, más llanuras, menos abetales, los ríos grandes pero el color del agua ya no era como en Las Rocosas, así nos fuimos dando cuenta de que, lo que dejábamos atrás, era un lugar mágico que a todos nos encantó conocer.
Paramos a comer a mitad de camino en un pueblo, pasamos a un restaurante que tenía como siete TV enormes y en todas había fútbol, ya estábamos en la vida real, era como despertar de un sueño y no me gustaba nada.
La llegada a Vancouver fue muy bonita, entramos en la ciudad por un elegante puente, uno de tantos que la ciudad tiene; esta ciudad está marcada por sus bonitos puentes, por sus maravillosos parques y por estar rodeada de agua por todos lados. A mi me costó entender el mapa, nunca sabía si lo que tenía enfrente era el Océano Pacífico, el río o cualquier brazo de agua que la cruza.
A Vancouver se le conoce como «la perla del pacífico», una ciudad multicultural, alegre, llena de vida, con un clima cálido y unas playas que hacen de esta ciudad una visita muy particular. La gente tranquila llena las calles de vida. Me dio la impresión de estar en alguna ciudad mediterránea.
Su nombre lo debe a George Vancouver, un explorador inglés que llegó a la ciudad allá por el año 1800.
Nosotros llegamos al atardecer y dejamos que César y Sonia se fueran a cenar solos, los chicos y yo nos quedamos en el apartamento que tenía una terraza con vistas a la ciudad, preparamos pasta y cenamos. Al día siguiente nos esperaba un día lleno de paseos para conocer bien esta ciudad.
Paseamos todo el día recorriendo el centro, con modernos edificios, el puerto lleno de yates espectaculares, barrios que nos recordaban un poco a los barrios ingleses, al mediodía fuimos buscando para comer, cruzamos caminando el puente Burrard para llegar a una pequeña isla en frente de la ciudad, Gradville Island; estaba llena de gente y de música, compramos comida en un mercado y comimos sentados en un banco. Me encantó el ambiente que había.
Para volver a la ciudad tomamos un pequeño ferry que funciona como taxi y nos dejó en la otra orilla.
Seguimos caminando hasta llegar a la playa, un recorrido muy bonito, era el atardecer y la gente paseaba como nosotros, sin prisa y contemplando el Pacífico. Llegamos a una zona donde había un Tótem hecho de piedras enormes, regalo de los Inuit a la ciudad, se les conoce con el nombre de Inukshnuk, para los Inuit son monumentos que indican una dirección o que vas por buen camino, suelen estar en lugares solitarios indicando alguna dirección, la tradición dice que nunca se deben destruir. En toda esa zona y al lado del mar la gente hace esculturas con las piedras en equilibrio.
Al volver a casa, pasamos por Stanley Park, 400 hectáreas y más de medio millón de árboles, este parque es uno de los más bonitos de la ciudad, un paseo alrededor de un gran lago, con unas vistas de la ciudad preciosas, como nos perdimos, volvimos a pasar dos veces por este magnífico parque. Hay un lugar, Brockton Point, donde están colocados unos Tótems de madera en colores muy llamativos, estos son una copia de los originales que están en el museo. En este lugar vivieron los primeros nativos canadienses.
Un día repleto de paseos y de querer abarcar esta ciudad que, me parece que en un día y medio que estuvimos en ella no es suficiente, pero tengo que decir que la disfrutamos enormemente.
Al día siguiente nos levantamos para ir al barrio chino, uno de los más grande; tiene 150 años de antigüedad y se fundó cuando vinieron muchos ciudadanos chinos para la construcción del ferrocarril y de las carreteras. Comimos en un pequeño restaurante tailandés, una comida riquísima.
Y ya de regreso, finalizando el viaje, pasamos por el parque de los lagos, impresionante lugar, kilómetro de lagos inmensos, una zona muy turística; y sin dejar los lagos entramos en el parque de los glaciares, preciosa carretera. La pena es que llovía y las nubes no nos dejaban ver bien las altas montañas y sus glaciares.
Espectacular viaje, inmensos paisajes, la naturaleza en todo su esplendor, creo que en mi vida había visto paisajes tan espectaculares como aquí. Un regalazo que me hicieron mis hijos por mis 70 años y que yo he disfrutado enormemente. Poder estar 15 días con Leo y con Elías ha sido todo un placer, hemos charlado del año escolar que Leo pasó en Calgary en casa de sus tíos, lo que le gustó y lo que borraría. Hemos paseado por caminos observando los árboles y los lagos, Elías buscaba palos para poder jugar el «mocho» juego que se jugaba en mi pueblo cuando yo era pequeña. He compartido con Sonia y con César unos días estupendos que han quedado grabados en mi corazón.