Este es el último libro que hemos leído en el club de lectura, que formamos un grupo de amigas que, cada mes, nos reunimos en una preciosa librería de mi ciudad «La madriguera», allí hablamos de libros y de la vida, es lo que tiene reunirse una cuantas amigas, que nos quitamos la palabra de la boca. Pero a todas nos encanta esas reuniones. A mi me enriquecen mucho y creo que a todas nos pasa lo mismo.
Mismo lugar, mismas rutinas, misma alimentación, vida sexual simultánea, estímulos idénticos, coincidencia en temperatura, nivel económico, temores, incentivos, caminatas, proyectos… ¿Qué monstruo bicéfalo se va creando así? Te volvés simétrico con el otro, los metabolismos se sincronizan, funcionas en espejo; un ser binario con un solo deseo. Y el hijo llega para envolver ese abrazo y sellarlo con un lazo eterno.
Elegimos este libro por ser un escritor argentino y por que tenía muy buenas críticas. Así que una vez decidido, lo leímos en un pis pas. Es una lectura rápida, ágil, con un punto de humor y algo de fracaso, que cuando empiezas su lectura no lo puedes dejar, te atrapa absolutamente.
Guerra me mandaba esas cosas y yo quedaba partido, colgado de una emoción que no se disipaba. Eso era Montevideo para mí. estaba enamorado de una mujer y enamorado de la ciudad donde ella vivía. Y todo me lo inventé, o casi todo. Una ciudad Imaginaria, en un país limítrofe. por ahí caminé, más que por la calles reales.
Lucas Pereyra es el protagonista de esta novela, un escritor que no pasa por sus mejores momentos, separado, con un hijo y con la crisis de los cuarenta encima, son los ingredientes para que le pase cualquier cosa.
Es una nueva fragilidad, un lado vulnerable que no conocía. Quizás a los padre más jóvenes no les pasa. A mi me da terror a veces. Cuando corre hasta la esquina y no lo alcanzo y le pego el grito sin saber si va a frenar. Tendría que haber un curso para criar hijos.
Lucas viaja a Uruguay para recoger un dinero de un libro que se lo pagan en un banco de ese país, ya que en Argentina no le es posible cobrarlo. Le anima viajar a Uruguay, además de cobrar el dinero que le vendrá muy bien, reencontrarse con una amiga.
¿Cómo se hace para cogerse a una mina llorando y con el perro del novio? Esa es mi primera reacción cuando llora una mujer, mi cerebro se va lo más lejos posible al fondo de mi egoísmo, a la otra punta de la pena y del amor, planeo la fuga, después empiezo a volver, poco a poco, me pongo contenedor, quizá por que el llanto femenino empieza a hacerme el efecto buscado.
El viaje se presenta bien, pero la realidad será otra. Lucas, como cualquier persona que anda metido en esas crisis de identidad, quiere imaginar una vida distinta a la que le espera, pero la realidad será tozuda.
Ojala la muerte sea saberlo todo. Por el momento no queda más remedio que imaginar. Si yo pudiera contar el día exacto de ese perro con todos sus detalles, olores, sonidos, intuiciones, idas y vueltas, entonces sería un buen novelista. Pero no tengo tanta imaginación. Escribo sobre lo que me pasa. Y lo que me pasó fue que el ascensor llegó a nuestro piso.
Hemos paseado por Uruguay con la ilusión de ese reencuentro, con una nueva vida, pero volvemos a Buenos Aires, derrotados y al reencuentro de la realidad.
Esto se acaba. Se termina mi crónica de este martes, la última cuadra la hice entre gemidos y resoplidos. Lo que quedaba de mí llegó a la puerta del edificio. Entré, subí en el ascensor. Mi facha en el espejo era de espanto. No era el mismo que había mañana en el ascensor.
Esta pequeña novela ha recibido el premio Tigre Juan en 2017.